Desde la orilla lo miraba llegar
con horror, flotando boca abajo, con un sombrero de paja con cinta de raso
lacia, mojada y salada. Debía tener la cara, el cuerpo entero hinchado y
palidez de cirio. Quizá los labios morados, entreabiertos, llenos de caracoles,
lapas, crustáceos. Quizá los ojos abiertos, mudos, mostrando la última
instantánea de vida antes de perderla. Flotando como si fuera un saco vacío, un
espantajo, un muerto queriendo decir algo. Un muerto que venía de la muerte a
contársela a ella, que estaba viva y de pié en el mismo borde de las olas, con
la piel erizada, sintiendo el frío del ahogado antes de que llegara.
Un niño entró saltando las
olas.
El sombrero de paja que había sido un muerto, un náufrago ahogado en sal,
era tan solo un sombrero de paja, triste y mojado, quebradizo y frágil como su
vida.
O como su muerte.
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