Al
día siguiente se despertó con un hilo que salía de su boca y que no era una
baba. Un hilo de seda blanca pegajosa que seguía por las sábanas de su cama,
bajaba hasta las zapatillas, llegaba hasta la ventana y se escapaba desde allí
por el balcón.
Fue
tan fácil... Tan fácil como fue comer el hilo de seda pegajosa. Al llegar al
borde del balcón, no más que dar un pequeño salto y ya. Se acabó. Mientras se
acababa, veía ocho patas peludas tejiendo su mortaja blanca de seda pegajosa.
Buah, maravilla de relato, Mo. Esa imagen final, y con todo lo que has leído antes de llegar a él, es... es espeluznante, pero también una obra de arte. Precioso, precioso.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ay... Miguelángel... muchas gracias...!!! :-)))
EliminarHe vuelto a leer este y me gusta aún más que las primeras veces. Mo., es una joya. De verdad.
ResponderEliminarMil gracias por tus comentarios... de verdad es que es todo un honor para mí que te guste, que me escribas y que me leas!!! Te admiro!!! :-)
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