sábado, 24 de enero de 2015

SIN RED


Se entrenaban para estar muertos. Hacerse el difunto era el número que más expectación y revuelo levantaba. Era al acercarse el cortejo fúnebre con sus caballos negros, su caja de muerto lacada y adornada con cintas de raso y coronas de flores, cuando el público enmudecía y el aire se hacía pesado e irrespirable. El mejor era aquél que aguantaba más horas cadáver, el que se dejaba llevar y era enterrado en vida en el Circo de la Muerte. Fue precisamente por eso, por lo que Prudencio, el suicida, tuvo que hacerse trapecista.