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¡Ay,
pero qué feo que estás! Siéntate aquí que te voy a pelar.
Esto se lo dijo porque
ya no aguantaba más mirarlo sin verlo. El viejo no abrió la boca si no que la
cerró por el miedo que le entraba cuando ella decretaba y, claro, por no atragantarse
con los mechones. Se sentó en la silla que sacó ella a la puerta y se dejó
hacer. Al final, como si su cara saliera de una cueva de pelaje, como si
asomara a la luz un hurón desde su madriguera, como la foto estática de un tren
de cercanías apareciendo tras un túnel bien oscuro.
Salieron los vecinos a
olisquear:
-
Uy,
como que me parecías más viejo de lo que eres, vaya, lo que hace un pelaooo.
-
Mañana
ni te conocen en el bar. ¡No me lo pierdo!
-
¡La
virgen, neneeeee!
-
Qué
bonico me ha quedao...
Esto último lo dijo
ella al terminar, achispada por el vino que había sacado para convidar, dejando
ver su silueta de mantis religiosa, mientras pensaba que el feo no tenía
arreglo, que le gustaba más verlo de
noche, cuando la penumbra desdibujaba y la imaginación afilaba la realidad...
Y entonces fue cuando se
lo comió y no lo tuvo ni que pelar.
Qué malvada, a mi me caen bien los feos, los que son graciosos por algo, digo, los malasombra no.
ResponderEliminarPobre feo peludo pelaooo.