El hombre que tenía la vida llena de motas de
polvo, se sacudió otra vez en vano. Las partículas de polvo tienen electricidad
estática y como él siempre llevaba jerséis de lana con poliéster, no había
manera.
Se había cruzado con la mujer que tenía la
vida llena de descosidos y sus ojos se habían ido tras los hilos que colgaban
del bajo de su falda.
Pensó que el polvo y los descosidos no tenían
en común otra cosa que el color. Aún así, se atrevió a volverse para pedirle
que le dejara ir a su lado hasta allá donde fuera que ella iba.
La mujer descosida no le contestó porque
tenía la boca rota. Se limitó a regalarle una mirada que decía “Yo estaba
hecha polvo hasta que te vi”. Y a él aquello le hizo tanta gracia que se
rasgó allí mismo la camisa y le mostró un tatuaje en el pecho que decía: “Un
roto para un descosido”.
Y cada uno siguió su camino recto, a destinos
diferentes y opuestos, sabiendo que volverían a encontrarse.