La vida puede llegar a dar tal cantidad de
vueltas que ni uno se imagina. ¿Quién hubiera podido decir que íbamos a
terminar así aquí sentados, junto a los espejos? Aunque no me atrevo siquiera a
usar la palabra “terminar” porque ¿quién no me asegura a mí que esto no sea más que
otro principio?
Ayer nos contaron que unos tipos bastante
impertinentes habían estado echando fotos a los que estábamos haciendo
equilibrios en las vigas.
Que alguien se había sentado en tazas de té
gigantes y reía como una matraca vieja.
Elefantes de colores querían alcanzar la
mecedora mientras cientos de caballos de ojos mate nos movíamos estáticos
persiguiendo tigres, cisnes, cerdos y gacelas atravesados por barras de metal
brillante y grasiento.
Cuando vuelvan los demás chicos, vamos a ver
si los convencemos para que suelten los peces.
Tienen escamas de plumas y nosotros agallas
de pulmón porque es más fácil volar con aletas y caminar sin pies.
Aún así, la vida da demasiadas vueltas. Basta
con que el de la cabina apriete de nuevo el botón y empezamos a girar al compás
de esta musiquita machacona y pegadiza que nos eriza los pelos de cartón
piedra.
Este texto nace de una ilustración
de mi muy querida confabuladora
¡Visítenla!
Hombres-pez de Inés Vilpi |
Siempre es el principio cariño, siempre empezamos, es una rueda que avanza, es un tango que comienza a sonar, por eso me pregunto: ¿dónde está el final?
ResponderEliminarBrillante
Te quiero
Gracias, amigo tanguero, por tu comentario :-) Las ruedas tienen principio y fin???
EliminarLa vida, la que se vive sin barra atravesada(o no brillante al menos), tampoco es mucho más que eso, Mo.
ResponderEliminarUn abrazo,
maravilloso, me gusta ver como Vilpi le dá el giro a la foto de Hine, y tu la transformas en un tiovivo, al fin y al cabo, como la vida misma...
ResponderEliminarprecioso M0,
por cierto yo también te quiero
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