No
son casualidades. Nunca lo son. El que cuando uno vaya en el autobús y, sin
razón aparente, gire la cabeza para mirar por la ventanilla y sus ojos se den
de sopetón con un cartel anunciando: “El viaje de tu vida te está esperando. Ven
tú también.”, tampoco lo es.
Por
eso se apuntó al gimnasio. Corría cientos de kilómetros sobre una cinta negra y
pedaleaba horas en una bici que no iba a ninguna parte.
Y,
fíjense, en ocho años consiguió dar más de una vuelta al mundo sin moverse del
sitio...
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