Todos los mapas señalaban aquel lugar como el último. De eso no había
ninguna duda. No podía estar equivocado, se repetía una y otra vez,
ahora no. Y volvía a releer los apuntes donde otros habían descrito el
fin del mundo como un abismo negro que engulliría a toda la raza humana,
una tormenta devastadora de meteoritos, un torbellino caótico, un
cataclismo destructor.
Lo que él tenía delante era un inmenso mar de calma dorada.
Lo que él dejaba atrás era un infierno de calamidad y miseria.
El fin del mundo era en efecto el principio de la vida. Por eso, y
sabiéndose dueño de la verdad, se precipitó de lleno al vacío.
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Fotografía de Miro Slavin |
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